Había una vez una tribu que miraba al cielo. Casi podría decirse que tenía adicción a mirar a las estrellas durante la noche y a los cohetes y bólidos que circulaban a diferentes horas del día. Sólo hacían eso y recoger cocos. Eran recolectores de cocos que durante siglos los vendían en el mercado. Así estaban las cosas cuando llegó la Coccobello Corporation una multinacional que les ofreció comprar toda la producción de cocos, siempre al mismo precio. Era una garantía de ventas que apoyaron los brujos. Ocurrió que luego la multinacional imponía los precios y ellos cada vez trabajaban más. Pero los brujos les decían que miraran al cielo, porque “en la potencia de los bólidos celestes es donde reside todo nuestro destino”. Esta historia del pueblo que vivía de recolectar cocos fue escrita (con mejor literatura que la mía) por Italo Calvino, un relato que el escritor italiano tituló “La tribu que mira al cielo”.
El domingo me apunté a mirar al cielo. Me acerqué a la plaza de la Victoria para compartir las esperanzas de mi tribu, por el cielo de la isla iba a pasar algún bólido celeste que nos iba a traer riqueza y trabajo. Si la UD Las Palmas subía de categoría seríamos una isla de primera, vendrían más turistas, saldríamos en los telediarios del fin de semana, se llenarían las cafeterías y los hoteles. Lo decían los brujos y yo quería creerlo. Por supuesto que los brujos escondían el pequeño detalle que llevamos año y medio con records de turistas, con los hoteles y apartamentos llenos. A Canarias llega el 20% de los visitantes que recibe España pero, cosa extraña, según los datos publicados cinco días antes del partido de fútbol la pobreza humana se incrementó en Canarias un 12,4% en los seis años de crisis mientras que en el resto del Estado el aumento medio de la pobreza fue de un 1,7%.
Ignoré todos estos pensamientos y me puse a mirar al cielo, que no es azul como el de las tribus de los recolectores de cocos, sino que es un gran plasma de televisión en el que aparecen 22 hombres corriendo detrás de un balón. En el minuto 91 pasamos del cielo al infierno. Algunos miembros de la tribu tenían tanta prisa por tocar el cohete de la esperanza que se lanzaron al campo de fútbol. El árbitro para el partido, lo reanuda minutos después y el Córdoba mete un gol. Esperábamos un cohete de esperanza que nos habían anunciado los brujos y nos cayó un misil sobre nuestras cabezas.
Y nos destrozaron las cabezas. Sólo nos quedó vísceras. No éramos capaces de pensar que la ventaja de nuestro equipo era la mínima y que el empate a uno le daba el ascenso al equipo andaluz. Hasta el minuto 90 los otros estaban casi tan cerca del cielo como nosotros. No podíamos razonar. A por ellos. Los que saltaron al campo son culpables de todos nuestros males. Son los mismos que nos jodieron los carnavales, las romerías. Una profesora dice que son los mismos que le interrumpen sus clases. Un político dice que son los mismos que estropean los pregones del Excelentísismo ministro, los anarquistas y bolivarianos, ya tú sabes.
Energúmenos, mataos, changas, basura, gentuza, poligoneros…A por ellos. Sus fotos se mueven por las redes a la velocidad de la luz. La luz al final del túnel que nos prometían los brujos en realidad es una luz que nos mete más en el túnel. Junto a las fotos de los que saltaron al campo también las fotos de sus novias, de sus madres, sus números de teléfono, su profesión. Que no entren más nunca en el estadio. Que se les dé un castigo ejemplar. El fiscal toma nota y comienza investigar, la justicia a veces no es lenta y trabaja de oficio hasta las vísperas de festivo. Suele ocurrir cuando los sospechosos están en la parte baja del escalafón social, pero a lo mejor es casualidad.
En medio del ruido y la furia si escribes que no se debe linchar en la plaza pública. Si cuestionas que si el Córdoba no llega a meter el gol los mataos, changas, energúmenos serían simplemente unos compañeros de celebración que llegaron antes al césped…Entonces te conviertes en un intelectualoide que formas parte del eje mal, que pides la impunidad para la gentuza que nos robó los sueños.
El texto de Italo Calvino acaba con esta reflexión de un miembro de la tribu: “Hay una idea que nadie me quita de la cabeza: que a una tribu que se fía sólo de la voluntad de los bólidos celestes, por bien que le vaya, siempre le darán por sus cocos menos de lo que valen”. Pues eso, sigamos mirando al cielo que señalan nuestros brujos sin cambiar las cosas de aquí abajo, hasta el día en el que miremos a la tierra y nos demos cuenta de que además de la casa, el trabajo, la escuela y el hospital, también nos han robado los cocos gracias a la colaboración de algunos que entraron gratis al estadio…pero en el primer minuto del partido
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Las reflexiones sobre este tema son diversas. Siempre desde el punto de vista de la no violencia, los hechos son claros y contundentes. Aunque no se puede asegurar que el resultado no hubiese sido el mismo, sin la presencia de los susodichos en el campo antes de tiempo, ni estaríamos hablando de Calvini ni de las profesiones de los indeseables. Todos somos responsables de nuestros actos
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